Por Jorge Wozniak* – Tektónicos
Cómo impactan en la energía de la UE las sanciones que eran para castigar a Rusia
La invasión rusa de Ucrania y las subsecuentes sanciones aplicadas por la Unión Europea y las potencias occidentales tuvieron un profundo impacto sobre el comercio internacional. Es evidente que con el actual conflicto armado asistimos a un cambio en el paradigma imperante en las relaciones internacionales porque cuestiona la hegemonía estadounidense y afecta directamente a sus aliados en Europa y tal vez la propia continuidad de la UE y la OTAN.
Las casi 19.000 sanciones aplicadas a instituciones y personalidades rusas buscaron quebrar la economía de ese país, hacerlos retroceder en sus intenciones y consolidar la hegemonía Occidental (o mejor dicho, estadounidense) en la frontera más sensible para Moscú.
El objetivo fijado por algunos estrategas del Pentágono y del Departamento de Estado en la década de 1990 era tratar de aislar y contener a Rusia y a China, los cuales eran definidos como potenciales rivales a la hegemonía unipolar estadounidense. La invasión de Ucrania brindó la excusa para tratar de lograrlo, desacoplando a la UE de la complementariedad energética con Rusia. Sin embargo, un conflicto previsto como limitado temporalmente dio paso a una guerra de desgaste que muestra las limitaciones de la OTAN y de la propia economía de la UE.
Es una simplificación considerar la invasión como un acto repentino, y no considerar sus causas: las promesas en 1990-91 de no extender la OTAN hacia el este, el rechazo occidental a constituir con Rusia un órgano de seguridad colectiva en Europa, la intromisión con las llamadas “revoluciones de colores” en países exsoviéticos y la participación activa en el golpe de Estado que derrocó al presidente pro ruso de Ucrania. Esto son algunos de los hitos vistos en Moscú como fases de una política de acorralamiento. La guerra civil, que estalló en 2014 y contó con la activa participación extranjera, y el incumplimiento de los dos acuerdos de Minsk por parte de Kiev volvieron a instalar en los círculos gobernantes rusos la percepción del peligro para su seguridad.
El golpe de Estado de 2014 posibilitó la invasión rusa de Crimea y su anexión. A partir de allí se aplicaron 2.700 sanciones contra Rusia, lo que explica en gran parte la caída del 30% del PBI en los dos años siguientes. Una de las medidas fue excluir a diferentes bancos rusos del sistema internacional SWIFT (controlado por los EE.UU.), que permite realizar transferencias y pagos entre distintos países. Esto afectó el comercio exterior ruso, incluso con países afines a Moscú.
Para solucionarlo, en Rusia se creó en 2017 un sistema propio, conocido como SPSF y que nucleó a bancos de Estados postoviéticos, China, Irán y Turquía. Fue un primer paso para evitar el impacto de medidas desde el exterior sobre la economía nacional. Además, para eludir las prohibiciones para exportar o importar artículos centrales para el funcionamiento de la economía y el aparato de defensa se crearon numerosas empresas fantasmas en países amigos. Por ello las miles de sanciones luego de la invasión produjeron un efecto muy limitado, y por el contrario, la economía rusa creció por la sustitución de importaciones y la industria militar.
Efecto boomerang en Europa
Sin embargo, las nuevas sanciones fueron contraproducentes para la propia UE. En gran medida la expansión económica europea desde el año 2000 se explica por la afluencia de energía barata desde Rusia. El gas consumido, especialmente en Alemania (la principal potencia industrial), era en gran parte gas comprimido que llegaba por tuberías desde los yacimientos rusos. El sabotaje, a mediados de 2022, del Nord Stream I (en funcionamiento) y el II (en fase de habilitarse) supusieron una ruptura de ese vínculo mutuamente beneficioso. Aunque otros gasoductos por el Mar Negro o incluso la propia Ucrania continúan funcionando, aportan una parte mínima en relación a lo que suministraba el Nord Stream I.
Para reemplazar a Rusia se recurrió mayormente al gas licuado importado desde EE.UU., que requiere plantas de regasificación para convertir el líquido nuevamente al estado gaseoso. Esto incrementó el costo del gas entre 40 y 60%, lo que afectó el precio de la energía eléctrica. Al mismo tiempo, las sanciones contra la importación de petróleo ruso llevaron a la triangulación, lo cual no bloqueó el flujo, pero si incrementó su precio significativamente. No obstante, el gas ruso licuado continúa llegando sin restricciones e incluso en 2023 se importó 40% más que antes de la invasión.
Este incremento del coste energético impactó directamente sobre la UE. A modo de ejemplo, la inflación en Alemania, que en años recientes fluctuó entre 0,3 y 2% (excepcionalmente), llegó en el 2022 casi a 7%. Situación alarmante, pero lejos del 15% de Bulgaria o del casi 20% de Lituania. Estos son solo algunos ejemplos de una situación generalizada en la UE desde la invasión, aunque ahora a la baja.
Así se explica la caída de la producción industrial alemana en 3,7% en 2023 y que podría ser mayor este año, agravada en toda la UE por los subsidios otorgados desde mediados del 2022 en EE.UU. a las empresas industriales que se radiquen allí. Esta medida motivo que empresas europeas dejaran de hacer nuevas inversiones en el bloque y las trasladaran hacia Norteamérica.
Además de la baja en la recaudación y al aumento en gastos en armamentos y créditos para sostener a Kiev, hay que sumarle los subsidios otorgados a los millones de refugiados ucranianos, lo cual redundó en contratos de nuevas deudas y recortes de gastos sociales y para los agricultores.
Frente a una guerra que podría prolongarse años si la UE continúa armando a Kiev, la caída generalizada del poder adquisitivo y de la evidente subordinación de la OTAN a los intereses de Washington aumentan los cuestionamientos tanto de partidos de derecha como de izquierda por contar con mayor soberanía.
Muchos partidos euroescépticos de derecha se nuclearon en el Parlamento Europeo en un bloque llamado Partido Identidad y Democracia, con un número creciente de diputados.
En Alemania (el principal aportante al presupuesto de la UE), la extrema derecha nucleada en Alternativa por Alemania es tal vez el tercer mayor partido. Su líder, Alice Weidel, sostuvo que la UE es un proyecto fracasado e irreformable y debería hacerse un referéndum acerca de la permanencia del país en la organización. Sería el “Brexit” alemán.
En Francia, Marine Le Pen resultó segunda en las presidenciales de 2022 y ahora pareciera estar en mejor posición electoral frente a la retórica belicista de Macron.
En Hungría gobierna desde hace años Viktor Orbán, quien cuestiona tanto el apoyo de la UE a Ucrania como el papel de la OTAN, aunque sin proponer su abandono.
Muestra de este cambio en la opinión pública es que en octubre de 2023 asumió como primer ministro en Eslovaquia Robert Fico, con críticas similares a las de Orbán.
Las próximas elecciones al Parlamento Europeo serán un termómetro acerca de cuál es el peso actual de los grupos que cuestionan las políticas llevas hasta ahora por la Comisión Europea y su alineamiento incondicional con Washington frente a una guerra que parece perdida y a sanciones que, lejos de afectar a Rusia, parecen destinadas a perjudicar a los propios europeos y en beneficiar a EE.UU.
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*Profesor de Historia (Universidad de Buenos Aires). Otras experiencias docentes: Investigador del Centro de Estudios sobre Genocidio (CEG). Asignatura: Sociología de los Procesos de Segregación y Exclusión en la Universidad de Buenos Aires.
Tomado de Other News en español