Unas cinco escobas llenas de barro apoyadas sobre la pared del cementerio dan la bienvenida a Algemesí, una localidad de casi treinta mil habitantes en la que hace dos semanas la vida cambió por completo y al menos tres vecinos la perdieron. Sin comercios y sin tráfico -unos 10.000 vehículos se han perdido-, al entrar se escucha un silencio de fondo que solo se rompe por el estruendo de la maquinaria pesada retirando fango de los garajes y escombros de las calles.
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Este martes se cumplen dos semanas de la catastrófica DANA que devastó varias zonas de Valencia. L’Horta Sud fue la comarca más afectada en número de víctimas mortales, pero en La Ribera Alta, el desbordamiento del río Magro golpeó especialmente a Algemesí, el ‘pueblo soleado’ a los pies de su desembocadura en el Júcar. Su alcalde, José Javier Sanchis, pide más ayuda tras pasar los primeros días «incomunicados» en «una situación similar a un contexto bélico«: «Es una montaña de cosas que atender que exceden de nuestra competencia y nuestras capacidades».
La llegada de la UME, de efectivos de la Policía Nacional, de refuerzos de diferentes cuerpos de policías locales y de bomberos voluntarios de toda España ha logrado despejar la mayoría de las calles de escombros, aunque casi dos semanas después, este lunes, aún se podían ver en algunos puntos montones de basura de unos dos metros de altura. En la calle Luis Vives, que atraviesa el municipio, una cadena de alumnos de la academia de Policía Nacional se afana en retirar, bulto a bulto, muebles y enseres personales que han quedado inservibles y forman un montículo que sirve ya de cobijo a un ratoncillo que intenta colarse en una casa pero María José se lo impide con una escoba.
Esta vecina de Algemesí de 35 años es propietaria de una tienda de ropa de la que solo quedan «las cuatro paredes». Se sigue emocionando al recordar cómo encontró su negocio, que ahora es «todo barro, cañas y basura». «Somos dos autónomos en casa que no hemos tenido todavía valor para sentarnos y ver lo que va a pasar. Hoy que ya he visto a gente que puede volver al trabajo, le decía a mi marido ‘es que nosotros no tenemos un trabajo al que volver’. No sabemos lo que va a pasar, no podemos coger ayudas de prestaciones, que en tres meses nos las van a pedir, que ya lo hemos vivido cuando la pandemia. Mis hijos no tienen por el momento cole para volver. La mente no nos da, no hemos sido capaces de tener la conversación mi marido y yo de qué vamos a hacer».
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No muy lejos de allí, Nicolás, de 47 años, empuja con un brazo en cabestrillo un carrito de la compra cargado de productos de limpieza que les han facilitado en un improvisado puesto de ayuda que voluntarios reparten desde el maletero de su coche. La tarde de la riada bajó a la planta baja de su edificio para rescatar a una señora mayor y se rompió el codo. Dos semanas después, pide «más humanidad y ayuda del Estado», al tiempo que denuncia que «hay ayudas, pero no es suficiente para la magnitud que ha tenido todo esto».
La localidad «empieza a ver la luz», pero aún queda mucho trabajo por hacer. El objetivo «primordial» para el alcalde, José Javier Sanchis (PP), era «despejar las calles de toneladas de enseres, trastos y electrodomésticos» que se habían vertido en la vía pública, «aparte del lodo que tanto ha complicado los trabajos de acceso a las viviendas». Este maestro de Educación Especial de profesión, atiende a 20minutos tras despedir a una brigada de la UME en la plaza consistorial. «Somos conscientes que queda todavía trabajo por hacer en este aspecto, ya hemos llenado tres campos de fútbol de enseres y de trastos que tenemos repartidos en diferentes parcelas de la ciudad», admite.
Uno de los barrios más damnificados de esta localidad es El Raval, donde se congrega mucha población vulnerable por escasos recursos económicos. En la linde norte de Algemesí y a la vera del Magro, fue el primero en ser inundado la tarde del 29 de octubre. Allí aún queda algún tramo en el que el fango llega a los tobillos y el garaje de un gran edificio de viviendas sociales continúa lleno de fango que los bomberos extraen a palazos con un Bobcat, una máquina de menor tamaño que cabe por la rampa del sótano.
En este barrio más humilde vive Salud junto a su marido y dos de sus hijas, las menores de siete hermanos. El rastro del agua ha dejado una marca a una altura de metro y medio en la pared de una salita que ahora es un improvisado cuarto de trastos que han podido rescatar. Algunas fotografías se han salvado, pero otras no. «Eso es de las cosas que más pena me da, porque ya no las recuperas. La nevera, la lavadora… compras otra y ya está, pero hay recuerdos que ya no los vas a poder tener. Pero bueno, haremos recuerdos nuevos«. Esta mujer de 55 años se muestra optimista y destaca algo bueno de la «desesperación» y «depresión» que han vivido los vecinos las últimas dos semanas: «Hemos estado todos muy unidos, todos a una, lo que es mío es tuyo, tanto en cosas materiales como en tiempo, ayudándonos unos a otros incluso si has estado un tiempo que con uno te has llevado un poquito más mal. Todas esas rencillas han desaparecido, ahora ya somos todos una piña».
Las vías de la línea C-2 de Cercanías de Valencia siguen en reparación. La población las cruza por encima cuando los operarios les dan paso. Una mujer pasa por las vías con esfuerzo, al tiempo que levanta su carro de la compra. «¡Esto es un infierno! ¿Cómo voy a ir a trabajar si no hay tren y no tengo coche?», grita en voz alta tras decirle un operario que el servicio ferroviario no volverá «hasta Navidad».
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