A tres décadas del fallecimiento del cantante, artistas y críticos repasan las razones por las que el grupo cambió la historia del rock y dejó una huella incluso espiritual que llega hasta hoy
En la película Last Days, de Gus Van Sant (2005), que plasma los que pudieron ser los momentos finales de Kurt Cobain, hay una secuencia muy alegórica y extraña. Cuando un electricista descubre el cadáver de Blake (trasunto del líder de Nirvana en el filme), un cuerpo espectral y desnudo emerge de él y asciende. El cineasta muestra así cómo, aquel 8 de abril de 1994 (falleció el 5, pero encontraron el cuerpo tres días después), moría el hombre y nacía el mito.
Treinta años después, se puede decir que Nirvana sigue siendo el último gran grupo clásico del rock. Pero no solamente por sus logros simbólicos —el más visible, destronar a Michael Jackson del número 1 de las listas estadounidenses y convertir en hegemónico el denominado rock alternativo al principio de los noventa— o ni siquiera porque su líder muriera tan rápido, a los 27 años, tras suicidarse pegándose un tiro.
“Estoy seguro de que la forma en que falleció Kurt tiene algún tipo de atracción para algunas personas, pero no es un componente clave del legado del grupo. Incluso cuando Nirvana existió, todos sabían que serían legendarios. Era una gran banda que tocaba grandes canciones que evocaban sentimientos profundos, potentes y complicados que nadie había articulado antes.
Ese tipo de cosas suelen durar mucho tiempo”, explica el periodista estadounidense Michael Azerrad, autor de la biografía Come As You Are: The Story Of Nirvana (1993, publicada en español por la editorial Contra en 2021) y coproductor del documental Kurt Cobain. About A Son (2006).
En términos similares se expresa Paco Pérez Bryan, quien informó a toda España en tiempo real de la trayectoria de Nirvana en su programa De 4 a 3, en Radio 3. “Su álbum Nevermind ya formaba parte de la historia de la música, aunque la muerte de Cobain nos consternara a todos”, sostiene. “Nevermind era algo único. Cada vez que lo ponía sentía el feedback único propio de un medio de comunicación como la radio en aquel tiempo anterior al streaming: sabía que miles de mis oyentes lo estaban gozando como yo”.
El periodista mantiene a fuego en su memoria su primer contacto con el grupo. “Los vi en directo en Londres, en la sala National Kilburn. Tuve la suerte de verlo casi todo, pero aquella noche fue algo parecido a un terremoto en el mundo del rock and roll. Se unían todos los ingredientes: rebeldía, energía salvaje…
Años después les volví a ver en Honolulu el día antes de la boda de Cobain con Courtney Love y me siguió pareciendo la misma barbaridad de la primera vez”, rememora. En aquel concierto, celebrado en febrero de 1992, también estaba una joven fan madrileña llamada Amparo Llanos, cuya vida cambió aquella noche.
Meses después, su onda expansiva la llevó a montar junto a su hermana Cristina el grupo Dover, el más vendedor del rock alternativo español de los noventa.