En América Latina, solo Cuba y Ecuador enfrentan apagones diarios. La diferencia: mientras la isla socialista del Caribe sufre un embargo hace 67 años, Ecuador estaba, hasta 2017, entre los cinco países con mayor soberanía energética del mundo.

Quito, la capital de Ecuador, soporta desde hoy, 25 de octubre de 2024, hasta 17 horas diarias sin electricidad. El promedio en el resto del país es de al menos 14 horas diarias de apagones.

La ministra encargada de Energía, Inés Manzano —cuarta persona en ese cargo en los 11 meses del gobierno de Daniel Noboa—, anunció a medianoche que «los cortes pasarán de 8 a 14 horas». En sus palabras, «a quien más perjudica un tema de esta naturaleza es al presidente de la República». No mencionó a los 17 millones de ecuatorianos. En esa frase, el subtexto fue claro: la popularidad del mandatario sigue cayendo, lo que complica su posible reelección en los comicios de febrero de 2025.

Los apagones han golpeado cinco veces más que la pandemia, causando pérdidas multimillonarias, según los sectores empresariales.

Ecuador ya vivía una crisis de inseguridad —secuestros, masacres, sicariatos y extorsiones permanentes—, al punto de que Durán, vecina de Guayaquil, se ha convertido en la ciudad más peligrosa del mundo.

La agencia EFE ha informado que América Latina enfrenta una crisis energética marcada por apagones prolongados, sequías históricas y redes eléctricas al borde del colapso. Sin embargo, solo dos países representan, aunque con contextos históricos y sociopolíticos muy diferentes, la vergüenza de la clase política, la falta de planificación y la desidia gubernamental: Ecuador y Cuba. Ambos sufren apagones, como en el siglo pasado.

La diferencia es que Cuba vive bajo un embargo desde 1958. Ecuador, por su parte, en 2015 era una de las cinco naciones con mayor soberanía energética del mundo. Ecuador fue la nación con mayor seguridad energética de América Latina, según el Consejo Mundial de Energía.

La soberanía energética —alcanzar la mayor cantidad de energía limpia nacional sin depender de otros países— fue un objetivo del Plan Nacional del Buen Vivir 2013-2017, en el que se proyectaba un 92% de energía limpia y renovable.

Según el informe de 2015 del Consejo Mundial de Energía, Ecuador ocupaba el quinto lugar en seguridad energética a nivel mundial, después de Australia, Nigeria, Gabón y Argentina. La seguridad energética es uno de los tres pilares del Trilema Energético, junto con la equidad energética y la sostenibilidad ambiental, que el Consejo evalúa para dar una calificación total.

Para la agencia EFE, la crisis energética de Ecuador se debe a su dependencia de las hidroeléctricas, que constituyen el 72% de su matriz energética. La sequía ha obligado al país a realizar apagones de hasta 14 horas desde el 25 de septiembre, situación que se espera que dure hasta, al menos, enero de 2025.

Colombia ha dejado de exportar electricidad a Ecuador. Hasta ahora, Ecuador solo ha conseguido alquilar una planta flotante de 100 megavatios de la empresa turca Karpowership, lo que representa menos del 10% del déficit de más de 1,000 megavatios que enfrenta el país.

Los vecinos Perú y Colombia, con condiciones climáticas similares a Ecuador, no tienen apagones. ¿Por qué? Gracias a su política energética, planificación, inversión y diversificación del sector. Chile es otro ejemplo positivo en la región.

Este viernes 25 de septiembre, el presidente colombiano Gustavo Petro hizo un llamado a la comunidad latinoamericana para unirse en apoyo a Ecuador. En un mensaje en la red X, Petro destacó la importancia de la colaboración regional para enfrentar la crisis climática y energética. “La situación de Ecuador, al igual que la de Cuba por su embargo, es crítica para la vida humana”, afirmó. “Es momento de que todos los pueblos hermanos de Latinoamérica nos solidaricemos”.

En una costosa campaña comunicacional, el gobierno de Ecuador ha tratado de imponer una narrativa cambiante: primero, que los apagones eran un complot de grupos políticos opositores; luego, que eran por mantenimiento; después, errores humanos. Pero la realidad desbordó cualquier pseudoestrategia política y electoral. La prioridad de Daniel Noboa, la reelección, se complica.

El tema energético no se ha abordado técnicamente. Hace una semana, el presidente anunció que reducirían las horas de corte, hasta que anoche su ministra informó lo inevitable: casi el 60% del día Ecuador estará sin electricidad.

Ahora, desde el gobierno de Noboa, se intenta culpar a la naturaleza. “Solo dependemos de Dios, que nos mande las lluvias”, dijo el anterior ministro de Energía, Antonio Gonçalvez, antes de renunciar.

En esta línea, medios parcializados intentan imponer titulares en la opinión pública como “Sequía histórica golpea a Sudamérica, según The New York Times: incendios y apagones afectan a la región”. Radio Centro, medio guayaquileño cuyos panelistas incluyen a Juan Xavier Benedetti, Rafael Cuesta y Carlos Vera —revelado por periodistas independientes como beneficiarios de millonarios contratos de publicidad gubernamental—, publicó el titular pocas horas después del anuncio de Manzano. Por ejemplo, Carlos Vera cobra 11 mil dólares al mes por insertar contenidos favorables al gobierno en sus espacios de opinión y en redes sociales.

Ecuador no solo sufre apagones, una economía quebrada y una alarmante inseguridad: también padece desinformación y el peor momento del periodismo.

En la campaña de 2023, Noboa prometió resolver en nueve meses el problema de los apagones, que ya era un problema en el gobierno de Guillermo Lasso. Los tres últimos gobiernos no han invertido en cambiar la matriz energética ni en mantener el sistema actual. Noboa dijo que existía un “preacuerdo con Israel”.

Las promesas han sido incumplidas. Y si la solución es culpar a la naturaleza, ¿cómo es que países desarrollados como Israel, Catar o Sudáfrica prosperan en zonas de desiertos y sequías?

Nos asustaron con que seríamos Venezuela. Hoy estamos peor. En Venezuela viven con energía y sin extorsiones. Ecuador está cada vez más cerca de ser el Haití de la zona andina.

Artículo de opinión: Mariafé Costa Arteaga

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