Por Christoph Driessen (dpa)
Colonia, 28 may (dpa) – Georgine Kellermann se aparta un mechón de pelo de la cara y comprueba su pintalabios. «Lo siento, soy vanidosa», dice sonriente. Un hombre sentado detrás de ella en un café de Colonia la escruta. No se da cuenta y, si lo hubiera hecho, probablemente no le habría importado. Hace mucho que superó esa etapa.
Han pasado cuatro años desde que la periodista salió del armario como mujer trans en su trabajo. De un día para otro, apareció en la oficina maquillada y con falda y admitió: «Sí, soy una mujer». En aquel momento ya tenía 62 años.
Su libro, publicado recientemente, se titula «Georgine – El largo camino hacia mí misma». Tardó casi toda una vida en encontrar el valor para ser quien siempre sintió que era. El corresponsal de la primera cadena pública de televisión ARD en el extranjero Georg Kellermann, que muchos telespectadores aún recuerdan, fue para ella solo un papel.
Ya de niña lo sabía: «Hay algo diferente en mí». Pero al principio era solo un sentimiento vago que no se podía categorizar. «El término ‘trans’ ya estaba en el mundo, pero yo no lo conocía. Lo único que conocía era la palabra ‘gay’. Resumía todo lo que hoy llamamos ‘queer’. La palabra solía usarse como palabrota».
A los 20 años, Kellermann se dio cuenta de que estaba «en el cascarón o el envoltorio equivocado». La cirugía de reasignación de sexo era todavía una rareza en aquella época, en los años setenta.
«No obstante, me lo planteé muy seriamente. Todavía tenía toda la vida por delante y habría sido una puerta que se habría abierto. Pero habría cerrado otra puerta, la de mi carrera».
Kellermann quería trabajar en periodismo televisivo, preferiblemente en el extranjero. La empresa para la que trabajaba, el Westdeutscher Rundfunk (WDR) -integrante de la cadena ARD-, era bastante liberal, pero una persona trans delante de la cámara era algo inimaginable en aquella época. Tuvo que tomar una decisión y eligió su carrera.
A partir de entonces, tuvo dos vidas: durante el día era el corresponsal en el extranjero y director editorial Georg Kellermann, y después del trabajo Georgine Kellermann, que se interesaba, entre otras cosas, por la moda.
Al principio, solo había un solapamiento muy discreto: «Georg empezó poco a poco a comprar ropa más andrógina: vaqueros del departamento de mujer que tenían un corte un poco diferente, o blusas que también podían pasar por camisas».
Un hito fue cuando se lo confió a una colega, que le anunció que ahora irían juntas a comprar zapatos, zapatos de mujer. «La dependienta casi se queda boquiabierta, pero me probé los zapatos y me los compré. Me sentí muy bien».
Sus compañeras sentimentales siempre supieron que se sentía mujer. «Eso nunca fue un problema para ellas, al contrario, me apoyaron en esto, por lo que estoy eternamente agradecida a todas y cada una de ellas. Sobre todo, me ayudaron a aceptarme a mí misma».
Por ejemplo, Astrid, que fue su pareja durante 13 años, fue decisiva para que por fin se atreviera a salir en público vestida de mujer.
«Durante mucho tiempo, me encerré en casa porque allí podía ser yo misma. Hoy, cuando voy al cine o al teatro, tan despreocupada, tan desenfadada, casi como si volara, a veces me pregunto: ¿qué me he perdido? Me arrepiento un poco de no haberlo hecho antes».
A día de hoy, se ha abstenido de operarse, pero pudo hacerse reconocer como mujer en documentos oficiales como el carné de identidad. Ya en 2011, el Tribunal Constitucional alemán dictaminó que la dignidad humana y el derecho al libre desarrollo personal también incluyen el derecho a la autodeterminación sexual.
Al final, solo la vida laboral cotidiana de Georgine quedó exenta de su salida del armario, donde siguió interpretando a Georg. En un principio tenía previsto salir del armario el día de su jubilación.
Pero entonces, de camino a sus vacaciones, se encontró con una colega en la estación de tren que la reconoció a pesar del maquillaje y la ropa de mujer. «Señor Kellermann, ¿va usted disfrazado?», le preguntó. «No», respondió ella, «soy una mujer». Tras un segundo de procesamiento, su colega dijo una sola palabra: «¡Genial!».
Esta experiencia inclinó la balanza a favor de que Kellermann volviera a su puesto de Georgine como directora del estudio regional del canal WDR en Essen. «Las reacciones fueron abrumadoras, abrumadoramente positivas».
Este es justo el mensaje edificante de su libro: la gran mayoría de la gente es mucho más tolerante de lo que se piensa y por lo tanto todo el mundo debería atreverse a vivir como realmente es.
Una selección de las experiencias favoritas de Georgine: está de pie con unos colegas y se ve arrastrada con toda naturalidad a una larga conversación sobre zapatos de mujer. Una inglesa se le acerca y le dice: «¿Puedo decirle lo elegante que está?».
Y una vez en Portugal, cuando se dirige accidentalmente al aseo de caballeros, una joven limpiadora con velo le señala su error y la reorienta.
«Nunca, nunca, nunca me han mirado mal en el aseo de señoras». Sus ojos se iluminan al decir esto. «Al contrario, regularmente se entablan conversaciones agradables. Y cuando me piden que compare pintalabios, siento que pertenezco de verdad».
Con información de Agencia DPA