EL PAÍS accede a una de las prisiones que el presidente Daniel Noboa intenta controlar -por ahora sin éxito- aplicando el modelo del presidente de El Salvador
Una recorrido por la cárcel de Cotopaxi, una de las más peligrosas de Ecuador, empieza con los visitantes enfundándose un chaleco y ajustándose un casco, como si entraran en una zona de guerra. Resulta necesario también cubrirse el rostro, para que nadie te reconozca. Los soldados del Ejército ecuatoriano han tomado la prisión desde hace unas semanas y eso hace que mil de ellos estén repartidos en los pabellones para controlar a las pandilleros, los verdaderos amos de este lugar. Los militares usan equipo de combate, listos para la acción. Las prisiones ecuatorianas han sido a menudo escenarios de sangrientos motines provocados por los grupos criminales que se han saldado con decenas de muertos, a los que decapitan y arrancan el corazón como muestra de poder.
Aquí los presos son los que tienen el mando y alimentan sus negocios delictivos extorsionando a los familiares de los detenidos. “Para autorizar una visita pagaban entre 10 y 20 dólares”, dice el oficial que dirige el recorrido por la cárcel de un grupo de medios de comunicación, entre los que se encuentra EL PAÍS. Todo pasaba por el control de los cabecillas: la comida, los útiles de aseo, las medicinas, la tienda de alimentos, las llamadas telefónicas, el internet de rápida velocidad que habían logrado instalar. ¿Cómo consiguieron los lujos y activar una infraestructura criminal en un centro custodiado por el Estado? ¿Quién lo autorizaba? “Fue alrededor del año 2016 cuando se perdió el control de las cárceles” a cargo del SNAI, la institución del Estado responsable del sistema penitenciario, cuenta. Pero no hay nombres, nadie que esté siendo investigado, aún después de cuatro masacres carcelarias que se protagonizaron en ese lugar en los últimos tres años, donde el crimen organizado mueve los hilos de la violencia en las calles desde las prisiones.
Durante la visita hay algo incómodo, una verdad no revelada. Y es esta: la noche anterior tres presos se fugaron de la parte de máxima seguridad. Un silencio espeso envuelve ese suceso del que nadie quiere hablar. No solo pandilleros ha albergado este presidio, sino también políticos como Jorge Glas y personajes controvertidos por casos de corrupción. El penal, de 14 hectáreas cuadradas, está a una hora y media de Quito. “La cárcel está controlada”, repite a cada momento el oficial.
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