En una edición más de Conversando con Correa, el tema central fue el 30-S. El próximo sábado 30 de septiembre se cumplirán 13 años del intento de golpe a la democracia en Ecuador. Y en su programa en Rusia Today, RT en Español, el expresidente Rafael Correa recordó lo sucedido junto a Gustavo Jalkh, quien fue ministro del Interior entre 2009 y 2010, y por tanto testigo directo de esta parte de la historia.
Estas charlas son parte de la nueva temporada de Rafael Correa en RT, denominada Golpes de Estado. Para Jalkh es importante anotar que al llegar a la Presidencia, Correa encontró un Estado en descomposición. Entre otras áreas, trabajó para recuperar una Policía Nacional abandonada.
Por ejemplo, la Policía Judicial se financiaba con la venta de objetos robados que nadie reclamaba, con la venta del récord policial (USD 5 por permiso de salida del país). Los policías comunitarios debían buscar sus propios recursos, recogiendo dinero en ‘vacas’ (colectas).
Jalkh y Correa recordaron que en el Gobierno de la Revolución Ciudadana se aumentaron considerablemente los sueldos de los policías, se les proporcionó vivienda fiscal, se les equipó con chalecos y se les dotó de balas, que antes ellos mismos debían comprar.
También se establecieron mecanismos de control como el polígrafo para ingresar y ascender en la Policía. Desapareció el temible Grupo Apoyo Operacional (GAO). Se buscaba retirar de la mente de la ciudadanía la desconfianza en la Policía por las denuncias de violación a los derechos humanos. Se formó la Comisión de la Verdad, para esclarecer lo que pasó con los hermanos Restrepo y eso molestó a estructuras internas.
La Policía perdió la competencia sobre el tránsito. Y entre las exigencias de los sublevados del 30-S se pedía que se les devuelva esa competencia.
Rafael Correa recordó que aquel 30 de septiembre del 2010 debía usar muletas, ya que hasta el día anterior se apoyaba en un andador para moverse, luego de una operación de la rodilla. Le habían colocado una prótesis y la herida tenía 24 puntos.
Entonces, su ministro del Interior, Gustavo Jalkh le telefoneó para advertirle que se había sublevado un grupo de policías en el Regimiento Quito. Supuestamente estaban en contra de la Ley de Servicio Público, recién aprobada por la Asamblea; decían estar molestos porque habían perdido el acceso a condecoraciones.
De inmediato el entonces Presidente pensó que lo mejor era acudir hasta allá y hablar con los inconformes. Además, el expresidente Rafael Correa pensaba que la Policía Nacional valoraba las mejoras no solo salariales, que les había dado su Gobierno.
En ese momento, Correa y su gabinete no imaginaban que se trataba de un plan de desestabilización del Gobierno y de un golpe a la democracia del país, según resume Gustavo Jalkh.
Con la claridad que ofrece el paso del tiempo, Rafael Correa mira el contexto, es decir lo que ocurría en la región. Una ola de gobiernos progresistas, que utilizaron la democracia como instrumento de cambio, por el bien común.
Pero esos cambios no fueron bien vistos por algunos sectores, entre ellos algunos medios. El poder mediático, concluye Rafael Correa, es un puntal para mantener una supuesta democracia. Él sostiene que América Latina tiene aristocracias con elecciones, no democracia.
En el 2008, Unasur intervino ante un golpe en contra de Evo Morales en Bolivia. En 2009 hubo un golpe en Honduras.
Y el 30 de septiembre del 2010, el 30-S, se produjo un intento de golpe de Estado. Rafael Correa ingresó al cuartel y para su sorpresa, los sublevados no lanzaban gritos en contra de la Ley de Servicio Público. Le decían: “comunista hijo de tal, ¡Viva el presidente Lucio Gutiérrez!
Correa avanzó y dio un discurso desde el balcón, al ver el riesgo que corría y lo que se cocinaba, incluso dijo: «Si quieren matarme, mátenme, pero no atenten contra la democracia». Un canal de televisión transmitía en vivo desde la mañana, recuerda el expresidente.
Jalkh no olvida que para ese momento se tomaron la Asamblea, que dejó de sesionar. Además, retuvieron al Presidente de la República, se trató de un secuestro asegura porque no le permitían salir del Hospital de la Policía. En Unasur, comenta, se dieron cuenta de que había un golpe de Estado en curso. Alan García, presidente de Perú, decidió cerrar la frontera y alertó: “no le voy a dar una molécula de oxígeno a los golpistas”.
Rafael todavía recuerda cada detalle. Al verlo vulnerable, con muletas, sostiene, intentaron romperle la rodilla. Incluso uno de sus asistentes lo protegió y quedó lastimado. Muy cerca al Presidente volaban bombas lacrimógenas, una incluso explotó a medio metro de su cara.
En medio de la tensión, un helicóptero de las Fuerzas Armadas trató de rescatarlo, sin éxito. Al intentar salir caminando, el coronel César Carrión, entonces director del Hospital de la Policía, cerró la puerta. Jalkh y Correa coinciden en que cumplió un papel político, era un policía, no un médico. Y luego llegó a ser asambleísta de la derecha.
“No quiero imaginar lo que hubiera pasado si te ocurría algo. Tu vida corría un grave peligro Rafael”, dice Jalkh. E indica que el pueblo llegó a los alrededores del hospital, para rescatar a su Presidente.
Correa apunta que al excanciller Ricardo Patiño le partieron la cabeza. Y a Gustavo (Jalkh) también lo buscaban. Todos corrían riesgos.
En contexto y en resumen, Rafael Correa concluye que fracasó ese intento de desestabilización contra su Gobierno. Pero luego destrozaron el Estado.
Jalkh cita a Roberto Caldas, expresidente de la Corte Interamericana de Derechos Humanos, quien calificó a la reforma judicial que se hizo en Ecuador como una de las más importantes a nivel mundial.
Pero, Jalkh lamenta que en el gobierno de (Lenín) Moreno en Ecuador arrancara un proceso de destrucción de instituciones que se construyeron con gran esfuerzo desde el 2007. También un proceso de persecución política a través del lawfare y de esa consulta popular, que no pasó por filtros democráticos.
“Con tres preguntas sobre seguridad ciudadana engañaron a la ciudadanía. Y con el Trujillato, Moreno pudo enviar solo siete ternas para conformar el Consejo de Participación Ciudadana, que estaba a cargo de evaluar a todas las entidades de control y de poner autoridades encargadas en Contraloría, Fiscalía, Consejo de la Judicatura. Se tomaron el estado de derecho”.
Para Correa, con el lawfare, guerra jurídica, se trata de aniquilar proyectos progresistas de la región. A él le condenaron por influjo psíquico, para impedirle ser presidente. “De nueve jueces, de tres tribunales, siete eran encargados”.
Por su parte, Jalkh opina que pese a que la traducción literal de lawfare es guerra jurídica, para él es una guerra antijurídica, un atropello de todas las normas, ya que con visión militar se busca eliminar al enemigo a través de un juego aparentemente democrático.
Para Rafael Correa, señala su exministro del Interior, se crearon tribunales especiales, con objetivos políticos. Así, dice, evaluaron a la Corte Nacional de Justicia; nombraron conjueces temporales que luego se convirtieron en jueces para juzgar a Correa, sin competencia. Ahora el exmandatario solo espera que la ciudadanía saque sus propias conclusiones.
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