Luiz Inácio Lula da Silva, de 77 años, ya es presidente electo de Brasil. Tras 12 años fuera del poder, el próximo 1 de enero de 2023 volverá por tercera vez al palacio de la Alvorada, la sede del Gobierno en Brasilia, tras haber ganado las elecciones por 1,8 puntos (50,9% frente al 49,1%), con el 99,98% escrutado.
El Partido de los Trabajadores (PT) suma 13,3 millones de votos más que en las presidenciales de 2018, mientras que Jair Bolsonaro logra solo 401.000 más. Será el inicio de un tiempo nuevo en el que a la resurrección del expresidente izquierdista, que llegó a estar preso un año y medio por una condena por corrupción de la que fue finalmente exonerado, se suma el desafío de la reconstrucción de un país gravemente fracturado.
El Ejecutivo del ultraderechista Bolsonaro, en su constante y peligrosa polarización, ha deteriorado la calidad democrática de la mayor economía de América Latina. El desprecio hacia instituciones como el Tribunal Superior Electoral, los constantes ataques a las mujeres y a las minorías y la defensa cerrada que el presidente ha hecho del uso de las armas pusieron en riesgo la convivencia en un país de 214 millones de habitantes.
Toca ahora a Lula recuperar los valores perdidos y superar una división que, como demuestran los comicios, es profunda y con capacidad para cortocircuitar políticas futuras. No se trata solo de sacar de la pobreza a 33 millones de brasileños. Ni de salvar de la destrucción a la Amazonia, tras años de abandono del Estado y desinversión de los organismos encargados de protegerla. La tarea es aún más ardua. Lula deberá convencer a los brasileños de la necesidad de aunar esfuerzos e iniciar una reconstrucción nacional.