El capitalismo y la fractura metabólica (O) Diego Vintimilla Jarrín

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Mirada desde una formación socioeconómica superior, la propiedad privada de la tierra en manos de determinados individuos parecerá tan absurda como la propiedad privada que un hombre posea de otros hombres. Ni siquiera una sociedad o nación entera, ni el conjunto de todas las sociedades que existen simultáneamente son propietarias de la tierra. Son simplemente sus posesores, sus beneficiarios, y tienen que legada en un estado mejorado a las generaciones que les suceden, como buenos padres de familia. Karl Marx.

Tal como sucede en la actualidad, en la sociedad de la furia, las preocupaciones sociales respecto a la grave crisis ecológica que atraviesa el planeta ocuparon el centro de la discusión y opinión pública poco más de 7 días, donde las redes sociales se convirtieron en el espacio para la reacción mundial respecto a las devastadoras consecuencias de los incendios ocurridos en la Amazonía.  Legítimamente, por supuesto, millones de ciudadanos digitales se pronunciaron “en favor de la Amazonía” y no faltó el devenido hashtag #prayforamazonia, así como el sinvergüenza #actforamazonia con el que el Gobierno de Moreno anunciaba el “apoyo” para Bolsonaro para la mitigación de los efectos, mientras las políticas ambientales, agrarias y otras del Ecuador responde a la agenda neoliberal.

Así también surgió cantidad de opiniones, noticias, fakenews y posverdades respecto a todos los peligros del incendio de la Amazonía y las repercusiones de estos siniestros para el clima continental y global.  Incluso circularon publicaciones que interpelaban la incongruencia de los “posteos” y el consumo de carne, y un sinfín de argumentos que terminaron por convertir la discusión en la competición por saber quién era el más consecuente respecto a sus prácticas individuales y la persistencia de la selva amazónica.

No obstante, ocupando un lugar residual y minoritario del “timeline” de la opinión pública, apareció la frase “no es fuego, es capitalismo”, con la que se pretendió abordar la problemática ambiental desde una perspectiva estructural que explique este y otros acontecimientos en razón del funcionamiento de un sistema económico y social en el que prima la acumulación por encima de la vida humana y de la vida misma.

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Resulta entonces necesario intentar dar contenido a una discusión en la que la furia digital tenga como consecuencia, al menos, la comprensión de la crisis civilizatoria y ecológica no corresponde a una distribución democrática de la culpa, sino que tiene un origen estructural en un patrón de creación de riquezas que favorece a una minoría en desmedro de los derechos del grueso de la población y que además pone en riesgo la sostenibilidad y el equilibrio ecológico fundamentales para el desarrollo de la sociedad humana.

En este sentido es menester retornar a una comprensión marxista de que las contradicciones que operan dentro del capitalismo son el origen del problema en tanto que ha logrado disociar al ser humano de la naturaleza, planteando el desarrollo social como un proyecto independiente de las condiciones naturales. Dentro de la concepción capitalista, la naturaleza no es más que un factor de producción que se lo trata como una mercancía más y que forma parte del proceso productivo; razón por la que Marx señala la necesidad de comprender “la separación existente entre estas condiciones orgánicas de la existencia humana y esta existencia activa, una separación que se postula por completo únicamente en la relación del trabajo asalariado con el capital.” Así el primer equívoco resulta en asumir como una “causa antrópica” o “crisis ambiental” a un fenómeno que tiene como causa fundamental al desarrollo capitalista, ya que invisibilizan a todos los millones de seres humanos –clase trabajadora, pueblos indígenas, etc. – que son desposeídos de las condiciones básicas de vida paralelamente a la depredación del “cuerpo inorgánico del hombre” como Marx llamaba a la naturaleza no humana.

Desde las concepciones antropocéntricas el incendio de la Amazonía, la desaparición del glaciar en el norte de Europa o el derretimiento de los glaciares son prolegómenos del fin del planeta, lo que, a su vez, refleja la incapacidad de la sociedad capitalista para comprender la vida en el planeta como un acontecimiento que supera la existencia de la humanidad.  No obstante, resulta preocupante que para el ser humano contemporáneo sea “más fácil pensar en el fin del mundo que en el fin del capitalismo” como señala Zizek. A partir de esto, los acontecimientos naturales que hoy presenciamos son los síntomas de la fractura del metabolismo social, que según Marx es el proceso de necesario equilibrio que debe mediar el proceso de creación de bienes para la satisfacción de las necesidades humanas.  Al respecto Marx señala:

“El trabajo es, antes que nada, un proceso que tiene lugar entre el hombre y la naturaleza, un proceso por el que el hombre, por medio de sus propias acciones, media, regula y controla el meta­bolismo que se produce entre él y la naturaleza. Se enfrenta a los materiales de la naturaleza como una fuerza de la naturaleza. Pone en movimiento las fuerzas naturales que forman parte de su pro­pio cuerpo, sus brazos, sus piernas, su cabeza y sus manos, con el fin de apropiarse de los materiales de la naturaleza de una forma adecuada a sus propias necesidades. A través de este movimiento actúa sobre la naturaleza exterior y la cambia, y de este modo cambia simultáneamente su propia naturaleza… es la condición universal para la interacción metabólica entre el hombre y la naturaleza, la perenne condi­ción de la existencia humana impuesta por la naturaleza.”

Así, lo que hoy pone en riesgo esta relación metabólica humanidad/naturaleza no es el trabajo en general sino una forma específica: el trabajo asalariado del régimen de acumulación capitalista, en medida que de la producción mercancías durante los últimos 200 años ha configurado sociedades progresivamente urbanas en base al despojo de tierras a los campesinos y el desplazamiento y urbanización forzado de los mismos, la sustitución de la agricultura familiar y comunitaria por el establecimiento de grandes complejos agroindustriales que, además, incorporan tecnologías de modificación genética que alteran los ciclos naturales de flora y fauna.

En su obra El Capital, Marx desarrolla ampliamente las consecuencias del fenómeno de expansión capitalista:

“Esto tiene dos consecuencias. Por una parte, concentra la fuerza motriz histórica de la sociedad; por otra, perturba la interacci6n metabólica entre el hombre y la tierra, es decir, impide que se devuelvan a la tierra los elementos constituyentes consumidos por el hombre en forma de alimentos y ropa, e impide por lo tanto el funcionamiento del eterno estado natural para la fertilidad permanente del suelo … Pero, al destruir las circunstancias que rodean al metabolismo … obliga a su sistemática restauración como ley reguladora de la producci6n social, en una forma adecuada al pleno desarrollo de la raza humana … Todo progreso en la agricultura capitalista es un progreso en el arte, no de robar al trabajador, sino de robar al suelo; todo progreso en el aumento de la fertilidad del suelo durante un cierto tiempo es un progreso hacia el arruinamiento de las fuentes duraderas de esa fertilidad … La producción capitalista, en consecuencia, solo desarrolla la técnica y el grado de combinación del proceso social de producción socavando simultáneamente las fuentes originales de toda riqueza: el suelo y el trabajador.»[1]

Resulta un ejercicio sencillo –y hasta políticamente correcto, que incluso el Presidente de Francia lo hizo- acusar al gobierno de Bolsonaro como el responsable de la grave situación de los incendios de la Amazonía.  Así también es fácil –y poco útil- hacer colectas y donaciones para las fundaciones ambientalistas.  Más el gran desafío que tenemos es comprender la devastación de la Amazonía y otros acontecimiento en la naturaleza no como accidentes y contingencias, sino como necesidades del capitalismo y, por lo tanto, actuar en consecuencia, exigir respuestas políticas y construir alternativas civilizatorias reales desde la unidad nacional y regional.  Nunca como hoy las palabras de Rosa Luxemburgo se convierten en sentencia para la existencia de la humanidad: ¡socialismo o barbarie!

[1] Marx en Bellamy Foster, pág. 241.


Las opiniones expresadas en este documento son de exclusiva responsabilidad del autor y no necesariamente representan la opinión de Confirmado.net

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