La fiesta nacional: desapercibida (O) Juan J. Paz-y-Miño Cepeda

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En los diversos países de América Latina, las fiestas nacionales se consagraron y se celebran en las fechas coincidentes con el inicio de sus procesos de independencia. Por ello, entre 2008 y 2009, al conmemorarse los bicentenarios de los procesos independentistas de varios países, se constituyeron los Comités del Bicentenario en Argentina, Bolivia, Chile, Colombia, Ecuador, El Salvador, México, Paraguay y Venezuela, con quienes se conformó el Grupo Bicentenario, que tuvo el apoyo no solo de los gobiernos, sino de instituciones como Unesco, Pnud, OEA, Mercosur, Unión Latina, Segib, OEI, OIJ.

También nació el Grupo ALBA-Bicentenario que integró a:  Antigua y Barbuda, Bolivia, Cuba, Dominica, Ecuador, Honduras, Nicaragua, San Vicente y Las Granadinas y Venezuela.

Fue una ocasión excepcional, pues los distintos Comités lograron la coordinación de múltiples acciones para las celebraciones nacionales, desde una visión latinoamericanista, pues los procesos de independencia de la región, que nacieron con la Revolución de Haití en 1804, tuvieron un momento decisivo entre 1809 y 1812, cuando se instalaron Juntas Soberanas de Gobierno en Caracas, Bogotá, Quito, Buenos Aires, Santiago de Chile, La Paz y Asunción, además de que en México estalló una revolución popular y fue el único país que a la fecha de su propia independencia unió la celebración del centenario de su revolución de 1910.

Esa visión latinoamericanista y la conmemoración en grande de los bicentenarios fue posible porque, coincidentemente, en la mayoría de los países gobernaban presidentes identificados con el ciclo progresista, democrático y de nueva izquierda, que comprendieron bien la significación y alcances de América Latina, no solo para las transformaciones internas, sino frente a un contexto mundial hegemonizado por los EEUU como potencia unipolar, frente a la cual había que afirmar el bolivarianismo, así como las identidades y soberanías de la región.

El bicentenario sirvió para revalorizar las gestas independentistas. Se escribieron artículos y libros sobre esos procesos, que esclarecieron diversas facetas, expresiones, momentos y significaciones. Ha quedado en claro que el proceso de la independencia fue, ante todo, un hecho de ruptura contra el coloniaje, y éste fue el mayor logro histórico, pues ocurrió en los albores del capitalismo y convirtió a América Latina en la primera región en el mundo en acabar con el colonialismo, algo que en Asia y África solo se alcanzaría, en forma definitiva, recién en el siglo XX.

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También quedó en claro que los próceres y patriotas de inicios del siglo XIX, movilizaron conceptos e ideales inéditos, pues, habiendo tomado como suya la filosofía de la Ilustración, supieron dar a las categorías de libertad, representación de los pueblos, soberanía, constitucionalismo, independencia, un sentido distinto al europeo, y que se materializó precisamente en la lucha contra el coloniaje, la conquista de la soberanía como países y la fundación de repúblicas presidencialistas, que fueron procesos que recibieron amplio apoyo popular.

De manera que la América Latina de la actualidad es heredera de esa libertad que los pueblos lograron para el nacimiento republicano de la región.

Desde luego, la independencia no logró la revolución social soñada e idealizada. Las esperanzas sociales fueron frustradas con el nacimiento de las repúblicas oligárquicas. Pero la memoria ha quedado fijada en los distintos países como fiesta nacional.

Hoy América Latina vive tiempos conservadores. A los gobiernos derechistas no interesan las visiones latinoamericanistas y conceptos como soberanía, dignidad, independencia, servicio a los pueblos y otros valorados por la identidad nacional y que han quedado marginados, porque les han sustituido los simples intereses privados y empresariales, que, en el marco de una nueva estrategia americanista y transnacional, solo se orientan a la búsqueda de mercados, competitividad, negocios y rentabilidades, a costa del Estado, la sociedad y los trabajadores.

En esas condiciones, el 10 de agosto de 1809, día en el que se inició la Revolución de Quito y con ella el proceso de la independencia del Ecuador, ha quedado, igualmente, marginado y su celebración como Día Nacional, pasó desapercibido.

Correspondía al Ejecutivo magnificar la fecha y encabezar su celebración. A la Asamblea Nacional por lo menos realizar una reunión extraordinaria para realzar la fecha patria. A la Alcaldía de Quito promover el significado de un hecho que es inigualable en la historia de la ciudad. Por cierto, la Revolución de Quito de 1809 debiera merecer la importancia crucial de la alcaldía, frente a la fecha de fundación de la ciudad, que recuerda un hecho de conquista y destrucción. También la Prefectura de Pichincha pudo impulsar un acto conmemorativo. Al Estado, en general, preocuparse por cultivar el sentido de Patria y el significado del Primer Grito de Independencia.

Como no había ocurrido en ningún otro momento en la historia del país, el 10 de agosto se convirtió en un simple feriado, con alguna viñeta oficial que recordaba el Día Nacional del Ecuador. (O)

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