Artista ecuatoriano cumple su sueño con una mano de Ecuador y otra de China

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BEIJING, 4 sep (Xinhua) — Al ecuatoriano Leonardo Cevallos sus padres le pusieron el nombre del gran artista del Renacimiento. Como si fuera un presagio, un día optó por la pintura, y hoy se gana la vida con sus obras.

Hace más de 20 años, por pura casualidad pisó la tierra china. Su larga estadía lo convirtió en uno de los ecuatorianos con más años de residencia en este país, y quiere vivir aquí durante más décadas.

Sus obras con elementos chinos le garantizan una vida acomodada, sus historias con niños pobres le ofrecen una experiencia diversa, además, su familia china le brinda la felicidad más tierna y la valentía para explorar lo incierto.

UNA AVENTURA SIN RETORNO

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«Vamos a tomar un café o un jugo para conversar. Pero yo prefiero un jugo que no esté helado. Ya soy casi chino», bromea sobre el hábito de los nacidos en esta nación de consumir líquidos tibios en esas altas temperaturas para mantener el equilibrio corporal.

Leonardo, de 53 años, cejas pobladas y estatura mediana, pide en el restaurante dos bebidas en perfecto mandarín, aunque cuando llegó a China en 1995 el idioma fue su mayor obstáculo.

No dudó en subirse en un avión con destino a este país tras ver un letrero en el Instituto Ecuatoriano de Crédito Educativo, en el cual se ofrecía una beca de posgrado en Grabado Tradicional Chino en la Academia Central de Bellas Artes de China en Beijing.

Había terminado su licenciatura en Pintura y Grabado en la Universidad Central del Ecuador, pero la muerte de su madre y de su único hermano en la década del noventa lo empujó, en un estado de tristeza, a marcharse.

Como todos los estudiantes extranjeros en China, tuvo que cursar clases de mandarín para realizar una prueba de suficiencia. Dos décadas después, todavía recuerda que no entendía nada.

Como no veía progreso, optó por otro método: tener una amiga china. «Pasaba todo el día con ella en la universidad hasta que logré entender. No me daba vergüenza hablar mal. Hay que lanzarse y que te corrijan», aconseja.

Finalmente tuvo que escribir un trabajo de investigación al que llamó «Dos Manos», el cual resume lo que ha pasado con su transformación. «La izquierda es Ecuador y la derecha China. Son la técnica y la imaginación», explica.

Mientras sigue descubriendo Beijing cuenta la transformación física de la metrópoli. Los edificios altos reemplazaron a las pequeñas construcciones. Las generaciones jóvenes se acercaron gradualmente al centro del escenario de la sociedad.

«La ciudad olía a cemento. Las camas de las habitaciones en la universidad eran de madera y los colchones de paja», pero ahora esos centros ya tienen grandes infraestructuras.

En esa época, él se mantuvo creando. A los tres meses pudo hacer una exposición y también pintó su habitación de la universidad de negro para deshacerse de su compañero de cuarto.

El país pasó por un «boom» económico. Durante el mismo período, Leonardo ha sido testigo de los cambios no solo en el material que se podía conseguir, sino también en la mentalidad y el nivel de educación de la gente.

UNA HISTORIA INOLVIDABLE

En 2005 el artista y filántropo chino Yu Gong le brindó una oferta muy especial.

«Me preguntó si quería dar clases a los niños pobres en un pueblo remoto. No había considerado tanto. Solo pensaba ‘¿por qué no?’ y lo acepté», dice.

Sin vacilación alguna, Leonardo se fue de Beijing con su caja de pintura al pequeño pueblo de Wuning, cerca de la ciudad de Jiujiang en la provincia central de Jiangxi, donde pasó dos años «tranquilos e inolvidables».

Para un extranjero que solo había residido en las ciudades grandes de China, la vida real en el pueblito no era nada fácil. «Tenía que caminar 30 minutos de la carretera a la escuela. En la noche todo estaba oscuro porque no había alumbrado público», explica.

Sin embargo, la fascinación por el arte y la pintura que brilló en los ojos de los niños pobres le animaron.

«En invierno era muy duro. Ellos se veían obligados a frotarse las manos que ya estaban muy rojas. Salimos a tomar la clase ya que afuera era menos frío que el interior», recuerda.

La historia de Yu también le emocionó. «El señor creció en la pobreza. Entonces cuando gana fama y tiene más dinero, decide financiar a los niños pobres para que conozcan la pintura, cerámica, artes chinos…», relata.

Entre los niños financiados por Yu se encuentran más chicas que chicos. Una vez Leonardo le preguntó por qué.

«Respondió que no quería que las chicas fueran ni masajistas ni ladronas en el futuro. Dijo que, en comparación con los hombres, les faltaba más la educación», explica.

Tras vivir la misma vida de ellos, Leonardo aprendió todas las costumbres del campo y empezó a conocer la inmensidad y diversidad de China, una mezcla de la modernización y el atraso.

Todos los paisajes vistos por sus propios ojos salieron por fin en sus dibujos. Inspirados por las montañas, los ríos, la gente y todo lo que había visto allí, sus obras tienen muchas huellas de esta vida excepcional.

UNA VIDA MEZCLADA

El taller de Leonardo está en un distrito de Beijing donde se congregan muchos artistas dedicados a la fotografía, pintura y escultura. Tiene espacio suficiente para sus máquinas, cajoneras, mesas de trabajo, cocina y más. El alquiler es un poco costoso: 60.000 dólares al año.

Todo ese sitio es su «propio mundo» de creación, con una fusión de dos culturas distintas. Suele poner música latinoamericana mientras corta materiales y moldes con una navaja china. Le gusta usar papel de arroz y tinta que solo se venden en este país y emplea la técnica del grabado aprendido en Ecuador.

Allí guarda piezas multicolores que ha creado en China y otras que están por terminar. Algunas están a la venta y otras no, por su significado personal.

«Este no lo podría vender», muestra un cuadro dedicado a su familia ecuatoriana. También se le quiebra la voz cuando piensa en el Guagua Pichincha de Ecuador, que aparece en otro dibujo.

En sus pinturas desfilan animales y elevados del Ecuador, mujeres asiáticas, flores chinas, dragones y otros personajes. Siempre combina elementos tanto chinos como occidentales en el papel, lo que tiene un fuerte impacto visual y puede ganar la resonancia de todos a través del choque cultural.

Hasta ahora ha pintado aquí alrededor de 200 obras grandes y pequeñas. Ha podido vender una obra hasta por 30.000 dólares. Sus piezas también han llegado a colecciones privadas de Asia, Europa y América.

Incluso, gracias al arte conoció a su esposa china y ambos tienen una hija. En una de sus obras, los tres aparecen representados entre dos brazos que simbolizan al gigante asiático y la oportunidad que le da a su familia de crecer «en paz y armonía», explica el artista.

Entre el 6 y 10 de septiembre, Leonardo participará en el V Festival Internacional de Artes de la Ruta de la Seda, en Xi’an, con algunos de sus trabajos.

Confirmado.net / XINHUA

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