Viejas derechas y nuevos discursos en América Latina

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El bienestar social en la región, fruto de las políticas implementadas por los gobiernos progresistas en la primera década del siglo XXI, fue rápidamente asimilado en la ciudadanía como derechos adquiridos. Ello configuró un relato progresista de gran calado basado en: 1) la redistribución de riquezas, 2) la defensa de los derechos sociales y, 3) la integración regional. Algunas derechas lograron recodificar estas premisas como: a) una redistribución ¨no populista¨ de la riqueza, es decir, basada en un esquema meritocrático cuya base es el esfuerzo personal, 2) la interpelación a individuos y, 3) la apertura al “mundo” -norteamericano/europeo/anglosajón-, la amenaza de desarticulación de organismos regionales como el UNASUR o la CELAC, y un discurso expresamente anti bolivariano.

Los liderazgos favoritos del establishment, Sebastián Piñera y Mauricio Macri, tienen en común el hecho de ser presidentes empresarios[i], niños mimados de la élite local y los primeros en lograr una victoria en las urnas desde la plataforma de un partido abiertamente de derecha desde el retono de la democracia, en 2010 y 2015 respectivamente. A pesar de ser herederos millonarios en sus países han logrado presentar su éxito como producto del esfuerzo personal, al modo de lo que José Natanson denomina “herederos meritocráticos”[ii]. Además, sus campañas han demostrado escapar de los lugares comunes del imaginario conservador de derecha y han rejuvenecido las propuestas, una receta que cada vez más comienza a ser replicada en distintas latitudes.

Cambio moderado

La campaña que llevó al poder a Mauricio Macri en Argentina tuvo algunas claves distintivas que marcarían un nuevo estilo de la derecha en la región. En primer lugar, han intentado mostrar cierta conciencia social, prometiendo garantizar un piso de derechos, políticas públicas y programas sociales, heredados de la gestión anterior. Esta idea fue resumida en uno de sus spots televisivos en el que prometía, acerca de su gestión: “No voy a cambiar las cosas que sí se hicieron bien”[iii], lo cual finalmente no ocurriría.

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En el caso de Chile, la lógica del bipartidismo logró alternar entre oficialismo y oposición de manera ponderada y ordenada. Un duopolio de Gobierno, con el que se pueden tener diferencias en cuanto a políticas públicas, pero muy poco que objetar en cuanto al modelo económico. Aún en este contexto afirmaba en su discurso triunfal: “Soy el presidente del cambio, del progreso y de la clase media”[iv].

Una extraña variante de la ambigüedad discursiva entre cambio y continuidad provino desde las propias filas del oficialismo, en Ecuador. Lenin Moreno llegaría al poder como el candidato del correísmo y, aunque advertía que su estilo sería diferente, poco hacía suponer que una de sus primeras medidas sería la ‘descorreización’ del Gobierno y la persecución política a sus recientes partidarios; sin embargo, a poco de asumir, fue evidente que el cambio no sería solo de formas.

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